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Aventuras

do á un lado y á otro con la esperanza de ver un coche, porque tampoco le gustaba el barrio en que estaba. Iba así por el callejón de Swanden, cuando de repente oyó una exclamación ó grito, y se quedó fría al ver á su marido que la miraba y, según ella creyó, la llamaba desde una ventana de un segundo piso. La ventana estaba abierta, y la señora vió con toda claridad la cara de su marido, la que, dice ella, mostraba una terrible agitación. Saint Clair blandía las manos con frenesí hacia ella, y luego desapareció de la ventana tan bruscamente, que parecía que alguna fuerza irresistible lo había arrastrado de atrás. Un punto singular que hirió su rápida mirada femenina fué que, aunque Saint Clair tenía el mismo saco obscuro con que había salido de su casa, no tenía corbata ni cuello.


Convencida de que algo grave ocurría á su esposo, la señora se precipitó abajo por las obscuras gradas, pues la casa no era otra que el fumadero de opio en que me ha encontrado usted esta noche, y, atravesando á carrera el primer cuarto, intentó subir la escalera que conduce al primer piso. Pero al pie de la escalera se encontró con ese bandido de láscar de quien ya he hablado á usted, el cual le empujó hacia atrás, y ayudado por un dinamarqués que es su segundo en el antro, la arrojó á la calle. Llena de las más enloquecedoras dudas y temores, la señora corrió calle abajo y, por una rara fortuna, se encontró en la calle Fresno con un grupo