cada y al asesinato en toda la orilla del rio, y temo que Neville Saint Clair haya entrado alli para no salir más. ¡Pero aquí estamos nosotros!
Se puso los dos dedos indices entre los dientes, y lanzó un silbido penetrante, señal que fué contestada por un silbido igual desde lejos, y al cual siguió un rumor de ruedas y el golpear de los cascos de un caballo.
—Ahora, Watson—dijo Holmes al acercarse velozmente un alto coche de caza, que arrojaba dos chorros de dorada luz de sus faroles,—va usted á venir conmigo, ¿no?
—Si puedo serle útil.
—¡Ah! Un camarada de confianza es siempre.
útil. Y más todavía un cronista. En el cuarto que tengo en los Cedros day dos camas.
—En los Cedros?
—Si: Esa es la casa del señor Saint Clair. Estoy alojado allí mientras dura la investigación:
—Y dónde está?
— Cerca de Lee, en Kent. Tenemos que andar siete millas hasta allá.
—Pero yo estoy completamente á obscuras, —Por supuesto que lo está usted. Pero ahora va usted á saberlo todo. Suba usted: Está bien, Juan, ya no te necesitamos. Aquí tienes mediacorona: Búscame mañana á eso de las once.
¡Adiós!
Tocó al caballo con el látigo, y nos lanzamos á través de la interminable sucesión de calles sombrías y desiertas, que se iban ensanchando