de camillas de madera como el entrepuente de un buque de inmigrantes.
Por entre la nube de humo se podían ver cuerpos que yacían en extrañas posturas: hombros caídos, rodillas encogidas, cabezas echadas hacia atrás y barbas que apuntaban hacia arriba y aquí y allá un ojo obscurecido y sin brillo que se volvía hacia el recién venido. En las negras sombras se destacaban pequeños círculos de luz roja, ya brillantes, ya débiles, según el veneno quemado estuviera derritiéndose ó hubiera ya llenado las tazas de las pipas de metal, Los más yacían silenciosos; pero algunos murmuraban algo entre dientes, otros hablaban entre ellos con una voz extraña, baja, monótona; su conversación salía como á borbotones y luego se sumían todos en el silencio, cada cual mascullando sus propios pensamientos y prestando poca atención á las palabras de su vecino. En el fondo de la habitación había un pequeño brasero en que ardía carbón de madera, y á su lado, en un banquito de madera de tres patas, estaba sentado un anciano alto, flaco, con la cara apoyada en ambos puños, los codos en las rodillas y la vista fija en el fuego.
Cuando entré, el mozo de servicio corrió á mi encuentro con una pipa y una provisión de opio indicándome una cama vacía.
— Gracias, no he venido á quedarme—le dije.
—Aquí está un amigo mío, el señor Isa Whitney, v deseo hablar con él..