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Aventuras

panilla de mi casa, más o menos en la hora en que un hombre da su primer bostezo, y mira el reloj. Yo me incorporé en mi sillón, y mi mujer, dejando en su falda el tejido que trabajaba, hizo un pequeño gesto de desagrado.

—¡Un enfermol—dijo.—Vas á tener que salir.

Yo solté un refunfuño, pues no hacía mucho que había vuelto á casa, después de un día fati goso.

Oimos que la puerta se habría, palabras dichas de prisa y luego unos pasos rápidos en el pasadizo. La puerta de la sala en que estábamos se abrió de golpe, y una señora, vestida con un traje de color sombrío y un velo negro, entró précipitadamente. di —Perdónenme ustedes que venga tan tarde, —empezó á decir, y en seguida, perdiendo el dominio de sí misma, corrió hacia mi mujer, le echó los brazos al cuello y se puso á sollozar sobre su hombro.—¡Oh!—¡Estoy en un trance tan malo!—exclamó.—Necesito que me ayuden!..fal —IC ómo!—dijo mi mujer, alzándole el velo.

—Es Catalina Whitney! ¡Me has dado un susto, Calita! No tenía la menor idea de quién podrías ser cuando entraste.

DAS

195 —No sabía qué hacer, y vine directamente á verte.

225 Eso sucedía siempre: las personas que estaban en algún apuro acudían hacia mi mujer 1 como los pájaros á un faro.