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de Sherlock Holmes

fin.—El sentimiento es mezquino, sin duda; pero... eso lastima mi dignidad. Ahora el asunto es personal conmigo, y, si Dios me da salud, Ilegaré á echar el guante á esa pandilla. ¡Qué haya venido á pedirme auxilio y yo lo haya enviado á la muerte!...

Se paró de un salto, y empezó á pasearse por el cuarto, con incontenible agitación, encendidas las descarnadas mejillas y las manos largas y delgadas abriéndose y cerrándose nerviosamente.

—Deben ser unos diablos muy astutos!—exclamó al cabo de un rato.—Cómo han podido extraviarlo hacia ese lado? El malecón no está en el camino directo de la estación. En el puente, indudablemente, había demasiada gente, aun en semejante noche, para su propósito. Bueno, Watson: ya veremos quién gana á la larga.

Ahora voy á salir.

—A la policia?

—No: yo seré mi policía. Cuando yo haya tendido mi tela, puede la policía coger las moscas, pero no antes.

Estuve durante el día entero ocupado en mi labor profesional, y cuando volví á la casa de la calle Baker, estaba ya avanzada la noche.

Sherlock Holmes no había regresado aún. Eran cerca de las diez cuando entró, pálido y cansado. Se dirigió al aparador y arrancando del pan un pedazo, lo devoro con voracidad, despues de lo cual bebió un largo trago de agua.