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Aventuras

ción era grande. Yo no pude, sin embargo, dosterrar de mi corazón las sombras de que estaba lleno.


El tercer día después de la llegada de la carta, mi padre salió de casa á visitar á un antiguo amigo suyo, el mayor Freebody, comandante de uno de los fuertes situados en el monte Portsdown. Yo tuve gusto de que fuera, porque me parecía que cuando no se hallaba en casa estaba más lejos del peligro. En eso me equivocaba.

A los dos días de su ausencia recibí un telegrama en que el mayor me rogaba que fuera en seguida. Mi padre había caído en uno de los pozos de greda que abundan en los alrededores, y yacía sin sentido, con el cráneo fracturado. Yo acudí á prisa, pero mi padre falleció sin haber recobrado el conocimiento. Según parece, le había ocurrido el accidente al volver de Fareham al anochecer, y como el lugar le era desconocido y el pozo no tenía barrera ninguna, el jurado no vaciló en dar un veredicto de «muerte por causas accidentales». Y yo, aunque examiné cuidadosamente todos los hechos relacionados con su muerte, nada pude hallar que diera pábulo á la idea de asesinato. No había señales de violencia ni rastros de otros pies, ni faltaba nada de sus bolsillos, ni nadie había visto gente extraña en los caminos; con todo, no necesito decir á ustedes que mi mente estaba lejos de la tranquilidad, y que yo tenía la persuasión de que mi padre había sido víctima de algún negro complot.