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de Sherlock Holmes

pas, y la idea de que mi hija pudiera ser salpicada por el lodo de mi pasado, era más de lo que yo podía sufrir. Lo aplasté con no mayor compasión que la que habría tenido si hubiera sido un insecto venenoso y traidor. Su grito hizo que su hijo volviera, pero yo me oculté en la arboleda, aunque me vi obligado á regresar para recoger mi gabán que había dejado caer en mi fuga. Esta es, señores, la verdadera historia de lo que ha ocurrido.» —No me corresponde á mí juzgar á usted,dijo Holmes, al firmar el anciano su declaración; y, hago votos porque nunca nos veamos expuestos á semejante tentación.

—Que nunca suceda tal cosa, señor. Y ¿qué piensa usted hacer?

—Por el estado de la salud de usted, nada.

Usted sabe que pronto tendrá que responder de lo que ha hecho ante un tribunal más alto que la corte de Assises. Guardaré esta confesión, y si la corte condena á Mc. Carthy, tendré que usarla. Si no, jamás la verá ser viviente, y el secreto de usted, viva usted ó esté muerto, estará en plena seguridad en nuestro poder.

—Adiós, entonces!—dijo el anciano, solemnemente. Cuando llegue á ustedes la última hora, el lecho de muerte les será más llevadero el recordar la paz que me han proporcionado ahora que estoy yo en el mío.

Y salió lentamente del cuarto, su gigantesco cuerpo vacilante y tembloroso.

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