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de Sherlock Holmes

Es únicamente obvio. Y ahora, ya ve usted, he reducido considerablemente el terreno. La existencia de una prenda de vestir gris era un punto que, al aceptar como correcta la versión del hijo, no dejaba lugar á duda. Ahora hemos salido de una simple vaguedad á la concepción definida de un australiano de Ballarat que tiene un sobretodo gris.

—Cierto.

—Y de uno que estaba en su casa en la comarca, pues al lago sólo se puede llegar por la granja ó por las tierras de Turner, adonde sería difícil que llegara gente extraña.

—Eso es.

De ahí nuestra expedición de hoy. Al examinar el terreno conocí los pequeños detalles que dí á ese imbécil de Lestrade acerca de la personalidad del criminal.

—Pero, ¿cómo llegó usted á conocerlos?

—Usted conoce mi método: se funda en la observación de las cosas pequeñas.

Ya sé que podía usted calcular, con poca diferencia, la estatura de la persona por el largo de sus pasos. Sus botas podían también ser descriptas por los rastros.

—Si; eran unas botas muy raras.

—Pero, ¿su cojera?

—La impresión de su pie derecho era siempre menos clara que la del izquierdo: el hombre pesaba menos sobre ese pie. ¿Por qué? Porque cojeaba: era cojo.