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de Sherlock Holmes

árbol, en cuanto yo podía ver. Entre el musgo había una piedra de contornos desiguales, y también la examinó y luego se la guardó. Después siguió un sendero por entre la arboleda hasta que llegó al camino principal, donde se perdían todos los rastros.

—El caso es en extremo interesante—dijo viviendo á sus maneras naturales.—Me imagino que esta casa gris de la derecha es la del guardabosques. Voy allí, á hablar una palabra con Morán, y quizás á escribir dos líneas. Una vez que haya hecho eso, podremos volvernos á tomar nuestro lunch. Váyanse ustedes ahora al coche, yo iré dentro de un momento.

Al cabo de diez minutos nos hallábamos en ef coche, en camino de regreso á Ross, Holmes llevando todavía consigo la piedra que había recogido del suelo.

—Esto puede interesarle á usted, Lestradedijo, enseñándola.—El asesinato ha sido hecho con esta piedra.

—No le veo señales.

—No las tiene.

—¿Cómo lo sabe usted, entonces?

—El céped crecía debajo de ella. Estaba alli sólo desde hace pocos días. No hay señas del ugar de donde pueda haber sido tomada. La forma corresponde á las heridas. No hay traza de ninguna otra arma.

—Y el asesino?

—Es un hombre alto, zurdo, cojea de la pier-