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tingencias que las personas buenas y piadosas atribuyen á la intervencion especial de la Providencia.

Mientras el buque permanecía á la capa el segundo hizo botar la canoa y entró en ella con los dos hombres que decian habernos visto en el timon. Acababa justamente de bajar á la canoa (la luna era muy clara), cuando el buque sufrió una fuerte y prolongada sacudida, y en el mismo instante Henderson, levantándose sobre un banco, gritó á sus marineros que nadasen á la cola. No decia otra cosa y gritaba sin cesar con impaciencia: ¡Nadad á la cola! ¡nadad á la cola! Los marineros nadaban tan rápidamente como les era posible; pero entretanto el buque habia dado la vuelta y comenzaba á navegará pesar de que todos los brazos que habia á bordo se ocupaban en amainar velas. A pesar del peligro de la tentativa el segundo se encaramó á los obenques así que los tuvo á su alcance. Otra gran sacudida sacó entonces el costado de estribor fuera del agua casi hasta la quilla, y al fin se hizo visible la causa de su ansiedad. Apareció el cuerpo de un hombre sujeto del modo mas singular en el fondo pulido y brillante (el Pingonin estaba forrado y claveteado en cobre) y daba violentamente contra el buque á cada movimiento del casco. Despues de algunos esfuerzos ineficaces renovados á cada sacudida del buque, á riesgo de aplastar la canoa, fui se-