de la canoa, y como se hallaba en peligro inminente de quedar ahogado, porque habia cerca de un pie de agua en el sitio donde estaba, me ingenié para levantarlo un poco y mantenerle en la posicion de un hombre sentado, y le sujeté la cintura con una cuerda que até á una anilla del puente del camarote.
Habiendo arreglado así las cosas lo mejor que pude, helado y agitado como estaba, encomendé mi alma á Dios é hice propósito de pasar por lo que me sucediese con todo el valor de que era capáz.
Apenas habia adoptado esta firme resolucion, cuando de repente un grito prolongado, un aullido inmenso como si saliera de los fauces de mil demonios, pareció cruzar el espacio y pasar por cima de nuestra barca. Mientras viva janeas olvidaré la intensa agonía de terror que esperimenté en aquel momento. Mis cabellos, se pusieron de punta, y sentí congelárseme la sangre, en las venas, mi corazon cesó de latir enteramente y sin levantar siquiera los ojos una sola vez para ver la causa de mi terror, caí de cabeza como un peso inerte sobre el cuerpo de mi camarada.
Cuando recobré el sentido me hallé en el camarote de un gran buque ballenero. El Pingonin, con rumbo á Nantucket. Algunos individuos me examinaban inclinados sobre mí, y Augusto, mas pálido que la muerte, me friccionaba las manos con actividad. Cuando