camarote. Bogábamos en línea recta con gran celeridad y no habíamos pronunciado una palabra desde que desamarramos la barca del muelle. Entonces pregunté á mi camarada qué derrotero pensaba seguir, y cuándo creia que volveríamos á tierra. Augusto silbó por espacio de algunos minutos, y dijo al fin con tono regañon:
— Yo voy á la mar; en cuanto á vos podeis iros á casa si os parece.
Miréle entonces y observé al instante que á pesar de su fingida indiferencia estaba entregado á una fuerte agitacion. Yo podia verle con claridad á la luz de la luna: su rostro estaba mas pálido que el mármol, y su mano temblaba de tal modo, que apenas podia sostener el timon. Vi que ocurria algo grave y esperimenté una inquietud formal. En aquella época yo no era muy fuerte en la maniobra y me hallaba completamente á merced de la ciencia náutica de mi amigo. El viento acababa de refrescar de repente, y nos empujaba vigorosamente lejos de la costa; sin embargo yo me avergonzaba de manifestar el menor temor y por espacio de una hora próximamente, guardé resueltamente el silencio. Sin embargo, no pude soportar por mas tiempo esta situacion y hablé á Augusto de la necesidad de volver á tierra. Como la vez anterior se estuvo cerca de un minuto sin responderme y sin hacer caso de mi consejo.