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FERNÁNDEZ DE MORATIN

tanto, que asiendo con lasciva gana
la vela que arrancó del candelero,
la derritió al calor de su mechero,
y madre é hija ya sin luz se agarran
de nosotros frenéticas, impuras;
lo que pasó después estando á obscuras
decidlo vos, Piérides, que tanto
no puedo yo, ni oso,
pues siento enflaquecer mi débil canto.
Esto consigue el verso numeroso,
la elocuencia y divina poesía,
en cualquiera lugar, de noche ó día;
privilegio á ningunas artes concedido,
pues Moya el tirador que cual no ha habido
otro más diestro en derribar las aves
más chicas que en el aire están volando,
no siempre tocar puede la arrojada
moneda, de un certero escopetazo.
El insigne Fernando, á quien el toro
le dá triunfos, aplausos y apellidos,
romper varas no puede en un estrado
como acostumbra en el clamoso circo,
sereno, sin mover casi el caballo;
y él aplaudido con gritar sonoro
lejos mira la muerte y cerca al toro.
Y el membrudo y fortísimo Bragazas