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por qué razón pidió usted comunicación con el número 54—2, siendo el 54—26 el de mi teléfono!

—¿El 54—26? ¿Fué ese el número que me dijo usted?

—Sí; ¡el 54 26!, ¡¡el 54—26!!, ¡¡¡el 54—26!!!

—¡No puede ser!

—¡Cómo que no puede ser!

—Lo grabé muy bien en mi memoria... La guerra de Crimea (1854)...

—¿Y qué más?

— La guerra de los Siete años...

—¡De los Treinta años!

¿De los Treinta?... ¡Ahora me lo explico todo!

En vez de restar de 30 las cinco partes del mundo, las resté de 7.

—¿Las cinco partes del mundo? ¿No habíamos quedado en que eran cuatro?... Cuando se es tan desmomoriado se deben apuntar las cosas. Con su dichosa mnemónica me ha fastidiado usted.

—¿Yo?

—¡Claro! Por culpa de usted no podré volver a presentarme en la casa del teléfono 54—2.

En vez de lamentar su equivocación, mi amigo me dijo, mirándome con ojos catonianos: —No sabía que era usted tan Tenorio... En la primera casa con que se pone uno en comunicación telefónica le descubre a usted una querida. Aplicando la teoría de las probabilidades, y teniendo en cuenta que en la capital hay cerca de sesenta mil teléfonos...

—Muchos de esos teléfonos—repliqué modesta-