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da mitad, el 26... Verá usted, verá usted... Supongamos que tengo un billete de 25 rublos y un rublo en plata.

—¡Eso es muy complicado! Lo mejor sería... ¿Cuán tos años tiene usted?

—Treinta y dos.

—¿Treinta y dos? ¡Muy bien! 26 es el número de sus años menos 6. ¡Eureka!

¡Qué eureka ni qué niño muerto! Surge otra vez el 6, que no hay modo de recordarlo.

—Alguno habrá. Por ejemplo..., los cinco dedos de la mano y un rublo en el bolsillo...

—¡Hombre, eso es absurdo! Treinta y dos años, cinco dedos y un rublo... ¡Me armaría un líol Hay que inventar algo más sencillo.

—Invéntelo usted—contesté, herido en mi amur propio.

—Bueno: déjeme pensar un poco...

Mi amigo frunció las cejas y se atenazó la barbilla con el pulgar y el índice de la mano derecha, como un hombre de Estado que trata de resolver una grave cuestión internacional.

¿Cuál ha dicho usted que es el número de su teléfono?—preguntó, tras un largo silencio.

— El 54—26.

—Muy bien. Mi padre murió a los cincuenta y siete años, y mi hermana a los veintiuno. De modo que la primera mitad del número de su teléfono es la edad de mi difunto padre al hacer óbito, menos 3..., y la de mi hermana al exhalar el último suspiro, más...

—Deje usted en paz a los muertos. Se puede proce-