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a la segunda multiplicada por dos, más dos. ¡Es muy sencillo!

—Sí; pero en esa sencillez—objeté—hay un defecto. Con arreglo a ese sistema, puede usted creerse que el número de mi teléfono es, por ejemplo, el 26—12.

—Por qué?

—Porque multiplicando la segunda mitad por dos y añadiéndole dos obtiene usted la primera mitad.

—¡Diablo, es verdad! Espere... ¿Qué número dice usted qué es?

— El 54—26.

— Muy bien. Por de pronto, hay que grabar bien en la memoria la segunda mitad y servirse de ella como punto de partida. La segunda mitad es 34, ¿no?

—1261 —¡Ah, sí, 26! Se trata de grabarla bien en la memoria. Pero ¿cómo?

Mi amigo se absorbió en una honda meditación.

—26 es el número de dedos que tienen los monos y los hombres, más 6. Este sumando es el que no sé cómo recordar.

—Es muy fácil—dije—. El'6 es el 9 invertido.

—Sí; pero el 9 también es el ó invertido, y surge un nuevo problema: el de recordar si lo que hay que invertir es el 9 o el 6.

Yo también me absorbí en una honda meditación mnemotécnica, y no tardé en encontrar una solución, que me apresuré a proponerle a mi amigo: apuntar el ó en el carnet.

—¡Hombre, para eso apuntaría el número entero!

No vale la pena. Lo importante es recordar la segun-