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en el supuesto delito de mi defendido han concurrido circunstancias excepcionales.

Expectación. «Qué excepcionales circunstancias serán esas?», pensé.

— Expóngalas su señoría.

—¡En seguida, señor presidente!

IV

—Señores jueces: mi defendido es inocente. Es un hombre—le conozco a fondo—incapaz de delinquir.

Su moral es elevadísima.

El joven letrado se bebió de un trago un vaso de agua.

—¡Palabra de honor, señores jueces! Mi defendido, testigo presencial de la paliza policíaca...

—¿Yo?—protesté en voz baja—. ¡No siga por ese camino!

—¿No? Bueno... testigo presencial de la paliza policíaca no diré yo que fuese; pero..., señores jueces, la vida de nuestros periodistas es un verdadero calvario de privaciones y miserias. Pesan sobre ellos multas, confiscaciones, denuncias... Y, con harta frecuencia, carecen, jah, señores!, hasta de un pedazo de pan que llevarse a la boca. Hallándose mi defendido, periodista entusiasta, periodista de los que ponen toda su actividad en el ejercicio de su profesión; hallándose mi defendido, señores, en una situación económica desesperada, se presenta en su casa un judío, le cuenta que un oficial de Policía acaba de