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—Sería una mentira que no me serviría de nada: como director del periódico, soy responsable de cuanto se publica en él.

—¿Ah, sí?... ¡Caramba, carambal... ¿Y por qué ha publicado usted esa estúpida noticia?

• —¡Hombre!...

—¿Qué necesidad tenía usted de inmiscuirse en un asunto puramente privado entre un policía y un judío? ¡Ustedes los periodistas se meten en todo!

Yo bajé los ojos confuso, arrepentido de mi ligereza.

Al ver pintado el remordimiento en mi rostro, el joven se apresuró a cambiar de tono.

—En fin, no soy yo el llamado a acusarle; de eso se encargarán los jueces. Yo soy su defensor. Y saldrá usted absuelto, ¿qué duda cabe?

III

Cuando entramos en la sala del tribunal, mi defensor se puso tan pálido, que me creí en el caso de decirle al oído, sosteniéndole, temeroso de un desvanecimiento: —¡Valor, amigo mío!

—¡Es asombrosol —murmuró, tratando de disimular su turbación—. La sala está casi vacía. Y se trata de un sensacional proceso político.

En efecto; sólo ocupaban los bancos del público dos colegiales, que, sin duda, habían leído en la Prensa la noticia de mi proceso y acudían a verme condenar. Acaso estuvieran resueltos a ejecutar algún acto AVERCHENKO: CUENTOS.—T. I