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SUEÑOS ROTOS


I

Mis padres vivían en Sebastopol; lo que yo no acertaba a explicarme. ¿Por qué vivir en Sebastopol, existiendo las islas Filipinas, la costa meridional de Africa, los prados mejicanos, las llanuras maravillosas de la América del Norte, el Cabo de Buena Esperanza, los ríos Amazonas y Misisipi?

La vulgar ciudad de Sebastopol se me antojaba una residencia muy mal elegida. Se podía haber elegido otra residencia mejor. Pero ¿cómo iba yo a convencer a mi padre de tal cosa? Yo era un chiquillo de diez años, y se hubiera reído de mí si le hubiera aconsejado que nos fuéramos a vivir a una isla.

La profesión de mi padre tampoco me satisfacía: era comerciante de te, harina, velas, jabón y cebada.

Y no es que el comercio en sí me pareciera mal; lo consideraba una profesión muy respetable, siempre que lo que se vendiese no fuera tan prosaico como la cebada, el jabón, las velas y la harina. Comprendía el cambio con los salvajes de chucherías vistosas por marfil, maderas preciosas, caña de azúcar,