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cuanto empiece a irte mejor, se acabarón los ensayos. Será que, al fin, hemos encontrado el animal que trae la felicidad.

Nueva mirada recelosa.

—¿Hablas en serio?

¿Cómo no? En vista de que los elefantes te han dado un chasco, hay que recurrir a otros seres vivos de la Creación. Un sabio alemán ha hecho centenares de experiencias antes de conseguir el objeto científico que se proponía. Nosotros, si es preciso, haremos millares. Se trata de encontrar el secreto de la felicidad humana...

—Pero nos podemos pasar toda la vida haciendo experiencias.

—Tal vez.

Mi amigo bajó, descorazonado, la cabeza.

—¡Todo eso — gimió — es tan problemático!... Si comprase un nuevo elefante... Acaso el secreto esté en que sean doce...

—¡Quién sabe! Es lástima que no sean asnos: tú podías ser el duodécimo.

No entendió la indirecta. Estaba ccmo alelado y me miraba con ojos de angustia.

IV

Al irse me preguntó, en tono indiferente, tratando de no manifestar demasiado interés: —¿Cuántos camellos dices que se necesitan?

—Treinta y ocho. ¿Vas a robarlos?