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• ¿Qué crees que debo adquirir? ¿Camellos o liebres?

— ¡Camellos! —respondí con acento doctoral.

—¿Por qué?

—Existe esa creencia.

¿Y cuántos camellos?

—Treinta y ocho.

—¡Caramba! ¡Es una cantidad respetable!

—Treinta y ocho. ¡Ni uno menos!

—Y dices que no debo comprarlos...

—¡Dios te libre! Debes robarlos. Y guardarlos en la bodega, con los pepinos en salmuera. Existe esa creencia.

El amo de los elefantes me miró un tanto receloso.

—¿Hablas en serio?

—¿No he de hablar en serio?... ¿Me crees capaz de hablar en broma de un asunto tan grave?... Los elefantes no te han servido de nada, ¿verdad?

—¡De nadal—suspiró Strapujin.

—Pues bien; ensayemos ahora los camellos. Treinta y ocho camellos. No debes comprarlos, repito, sino robarlos en cualquier almacén: es más eficaz y más barato. Si no dan resultado, es decir, si sigue yéndote mal, los substituiremos con otros animales: con raposas, con ranas, con cocodrilos, con serpientes.

Y al cambiar de animales, cambiaremos de número: sucederán al treinta y ocho el diez y siete, el treinta y tres, el sesenta y nueve. Y cada especie ocupará un alojamiento distinto: a las raposas las alojaremos en la buhardilla; a las ranas, en la chimenea... Y en