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—Saldremos juntos—dijo.

En el recibidor me ayudó a ponerme el gabán.

Mas yo no le correspondí.

— Perdóname—me sinceré—, no puedo ayudarte.

—¿Por qué?

—Existe una creencia, según la cual, si el visitante ayuda al amo de la casa a ponerse el gabán, en la casa se muere alguien.' Mi amigo retorcedió horrorizado y se puso el abrigo sin colaboración.

Ya en la calle, exclamó, tras un largo ensimismamiento: —¡Hay creencias asombrosas!

—¡Vaya!

—¿Cómo dirás que se consigue ahuyentar la desgracia y atraer la felicidad, según he sabido hace poco?

—¿Cómo?

—Teniendo en casa once elefantes.

— ¡Arrea!

—Sí, once elefantes. Uno chiquitín, otro más grande, otro más grande...

—Una escala de elefantes, ¿eh?

—Justo. Una escala de once elefantes.

—¿Y qué? ¿Has decidido adquirirlos?

—Ya he adquirido nueve. Me faltan dos, los mayores. Pero son muy caros: me piden por ellos sesenta rublos. Si tú pudieras prestarme cincuenta...

—¿Cincuenta elefantes?

—No, hombre, cincuenta rublos.

—¿Pero no sabes que los viernes es peligroso prestar dinero? Existe una creencia...