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UN ENCUENTRO


Dos caballeros avanzaban por la misma acera en direcciones opuestas.

Cuando se hallaban a dos o tres pasos de distancia uno del otro, el que llevaba la izquierda miró con indiferencia al que llevaba la derecha y se apartó, sin interrumpir su marcha; pero el otro gritó alegremente, abriendo los brazos:

—¡Señor Toporkov, dichosos los ojos!... Hace un siglo que no le veo.

Toporkov se detuvo y clavó los ojos en el efusivo caballero, tratando de recordar dónde había visto aquella cara redonda, rugosa, benévola, que no le era desconocida. Pero todos los esfuerzos de su memoria fueron vanos. Aquella cara sonriente era un enigma para él. ¿Quién sería aquel señor?

—Buenos días—contestó, por no ser descortés.

—¿Qué le pasa a usted?—preguntó el otro—. Parece que no estamos de muy buen humor.

Y añadió en otro tono:

—¡Me ha entusiasmado el último artículo de usted! Hace tiempo que no he leído una cosa tan fuerte, tan intensa y tan bella. Y eso que mi oficio me