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Como el boyardo de Puchkin, «escribes toda la noche con tu pluma impregnada de venganza...». Debías escribir algo ligero, chico... ¿Que no te sería fácil publicarlo? ¡Yo me encargo de la publicación!

Te lo publicaré en una revista satírica cuyo director es íntimo amigo mío... ¿Cómo?... ¡Desde luego! Podremos hacerte un anticipo... ¿Qué?... ¿Tienes un artículo inédito? ¡Magnífico!... ¿Setecientas líneas? Es demasiado. Pero no importa; podremos acortarlo un poco, ¿verdad? Bueno; mándanoslo en seguida, y si nos gusta... ¿Que me esperáis mañana? Bueno; procuraré ir. ¡Adiós! A los pies de Ana Evgrafovna y besos a Katia.

Edipo Rey volvió a sentarse en mi sillón.

—Bueno; ya figura entre nuestros colaboradores Korolenko, uno de los nombres más gloriosos de la literatura rusa. Setecientas líneas será demasiado, ¿no?

El me ha dado permiso para podar a nuestro antojo.

Aunque reduzcamos el artículo a la mitad de su tamaño no se enfadará. Siendo cosa mía...

IV

—Veo que tiene usted muy buenas relaciones.

Mi interlocutor se sonrió, halagado por mis palabras.

—Sí; no son malas. Ya sabe usted que, en lo que pueda serle útil, estoy a su disposición. Tengo amigos en la banca, en la literatura, en la política, en todas