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joven cogió otro pitillo de mi cigarrera y lo encendió. Yo no sabía ya a ciencia cierta cuál de nosotros dos era el director de la revista.

—Y de colaboradores ¿qué? ¿Cómo andan ustedes?

—Bien—contesté, no sin timidez—. Nos envían originales, con frecuencia, escritores muy distinguidos.

Por ejemplo...

Nombré a nuestros principales colaboradores.

—¿Y Korolenko?—interrogó, severo, mi interlocutor. ¿ Korolenko no escribe en el Satirikon?

—No; no escribe nunca en los periódicos satíricos.

—Es preciso, no obstante, que escriba en el nuestro.

—No creo que sea fácil conseguirlo.

—De eso me encargo yo. Hay que publicar. cosas suyas, aunque sean de poca monta. Lo importante es su firma. De lo que se trata es de que figure entre los colaboradores del periódico. Voy a telefonearle.

Debe de estar en la Redacción de La Riqueza Rusa, que dirige él, como sabe usted. Tenga usted la bondad de buscar en la lista el número del teléfono, pues no lo recuerdo.

Obedecí.

—447—11.

—Gracias. ¿Central? ¡447—11! ¿La Riqueza Rusa?...

Que haga el favor de acudir al aparato Vladimiro Ignatich...

— Korolenko se llama Vladimiro Galaktionichme permití observar.

—¿Si? Como yo le llamo siempre por el diminutivo... Volodia... ¿Con quién hablo?... ¿Eres tú, Volodia? ¿Qué tal, querido? Siempre escribiendo, ¿eh?