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—Por qué no? El del Estado, lo comprendo; pero los particulares... El de la Siberia, por ejemplo... Verá usted. Con su permiso...

Nueva conferencia telefónica.

—¿Central? ¡121—14! ¡Gracias! ¿El Banco Siberiano? Quisiera hablar con el director. ¿Eres tú, Miguel?... ¿Qué tal? ¿Cómo van los negocios? A pedir de boca, ¿verdad?... ¿Un magnífico dividendo? ¡Me alegrol... ¿Qué? ¿Una excursión a las islas? No puedo; estoy muy ocupado. ¡Que os divirtáis!... Oye: tengo un favor que pedirte. Envía mañana un anuncio al Satirikon... El director es mi mejor amigo, y mi interés en que se le complazca es grandísimo. ¿Que no les dais nunca anuncios a los periódicos satíricos? ¡No importa! No hay regla sin excepción... ¡Nada, nada!... ¿Cómo?... Quinientos rublos página... ¿Una rebaja? ¡Pero si es muy barato!

—Hágale una rebajita—dije a media voz.

El joven volvió la cabeza y me dirigió una mirada de reproche.

—Hace usted mal en ser tan blando con estos sacos de oro. ¡Eh, tú, Libro Mayor! ¡Te rebajamos el veinte por ciento! ¡No te quejarás!... ¿Qué? ¿Que le dé las gracias al director? ¡Bueno! ¡Adiós!

Edipo Rey colgó el auricular.

Me encarga que le dé a usted las gracias.

—No hay de qué—respondí modestamente.

—¿Ve usted?... Mañana mismo le traerán el anuncio. ¿Podrá insertarse en este número?

—Desde luego.

Luego de tomar otra vez asiento en mi sillón, el

Averchenko: Cuentos.—T. I.
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