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distancia, y vió en la arena del camino las huellas de sus pisadas. Clavando en ellas una mirada severa, murmuró: —Te alcanzaré, infame, te alcanzaré. Yo no estoy cojo; mis cinco kilómetros por hora no hay quien me los quite.

Y echó a andar, encogido como una fiera que va a saltar sobre su víctima, en pos del bandolero.

»Bloker, al oír pasos a su espalda, se subió, rápido como un cuadrumano, a lo alto de un eucalipto gigantesco y oteó, apercibida la escopeta. El honrado squatter, que no le había visto, siguió avanzando.

Sono un tiro. Rodolfo cayó boca arriba, mortalmente herido en el cráneo.

Guillermo lanzó una carcajada diabólica.» !

—Bueno; los veinte minutos han pasado.

Estas palabras del profesor de matemáticas retumbaron como un trueno en los oídos de Semen Pantalikin.

—¿Han acabado ustedes, señores?—añadió el profesor. Semen Pantalikin, ¿a qué hora llegaron cada uno de los campesinos a la localidad B?

El pobre escolar sintió un vehemente deseo de decir que sólo había llegado uno, porque el otro se había quedado en el camino, durmiendo el sueño eterno, a la sombra de un eucalipto; pero no lo dijo. El profesor hubiera pensado que se había vuelto loco, y los demás examinandos se hubieran reído de él.