lido a las cinco y cuarenta y siete minutos de la mañana. ¿A qué hora llegará a la localidad B y cuánto tiempo después que el segundo?» Releído el problema, Semen Pantalikin murmuró: —Estoy perdidol ¡Un problema así en veinte minutos!
Invirtió tres en sacarle punta al lápiz y dos en doblar la hoja de papel donde debían brillar sus facultades matemáticas. Luego adoptó la actitud grave de un sabio alemán entregado a una investigación científica.
El problema era demasiado abstracto para él, que gustaba de las imágenes concretas. Empezó por preguntarse: Qué es esto de los campesinos primero y segundo?» Esta nomenclatura seca no le decía nada a su corazón ni a su fantasía. ¿No se les podía haber dado nombres humanos? Llamarles, verbigracia, Juan y Basilio acaso fuera demasiado prosaico; pero ¿por qué no bautizarles con nombres novelescos, como Guillermo y Rodolfo?
En cuanto el escolar les puso dichos nombres a los dos campesinos, ambos se convirtieron, para él, en seres reales, de carne y hueso. Se imaginó la faz de Guillermo curtida por el sol, su sombrero de paja de ala ancha y caída, su aculatada pipa. Rodolfo era un hombre muy robusto, de anchos hombros de cíclope, de rostro enérgico, y llevaba un chaquetón de piel de nutria.
Uno y otro marchaban camino adelante, bajo los ardientes rayos del astro rey. Semen Pantalikin se dijo: Se conocen esos dos bravos caminantes? De-