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UN PROBLEMA


El profesor de matemáticas les dictó a los examinandos un problema; consultó su reloj, y dijo que daba veinte minutos para resolverlo.

Uno de los examinandos, Semen Pantalikin, se limpió los dedos manchados de tinta en el pelo, y murmuró: —¡Estoy perdido!

A Semen Pantalikin, fantaseador por temperamento, le gustaba dramatizar los sucesos más triviales.

Si algún muchacho, un poco más fuerte que él, le enseñaba los puños, Semen Pantalikin palidecía intensamente, y, como si la muerte se cerniera ya sobre su cabeza, murmuraba, trémulos los labios: —¡Estoy perdido!

Si el profesor le ponía una mala nota por no saberse la lección, murmuraba, la muerte en el alma: —¡Estoy perdido!

Si en la mesa volcaba la taza de te sobre el mantel, murmuraba, helada la sangre en las venas: —Estoy perdido!

En todos esos momentos trágicos de su vida infantil, el mayor peligro que le amenazaba se reducía a un par de bofetadas. Pero a él le placía imaginarse