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—Bueno; dos rublos y medio. Nadie le dará más por un negro tan viejo.

—Su antigüedad es su mayor mérito, señor. Lo tengo ya tres años. Además, es precioso. Fijese en ese delantal azul...

—Bueno; ¡tres rublos! ¡Ni un copeck más! ¿Qué te parece, Micha?

—Yo creo que tres rublos es un buen precio. No los vale.

—Se lo cedo a usted—dijo resueltamente el dueño—por tres rublos y medio.

—¡No, no y nol ¡Tres rublos! Si no quiere usted, ¿qué vamos a hacerle? Ya encontraré otro más barato.

—¡Vamos, aumente usted algo! ¡Aunque sean veinte copecks!

El veterinario se acercó a la estatua y la miró por todos lados.

—No vaya a estar rajada, ¿eh?... Bueno; ¡tres rublos y veinte copecks!... Es demasiado caro, ¿verdad, Micha?

—Sí; pero veinte copecks más o menos...

—¡Muy bien! ¡El negro es mío!

El veterinario cogió el negro, lo levantó todo lo alto que pudo y, gritando Viva la juergal», lo lanzó con todas sus fuerzas al suelo. Luego le dió un puntapié a la cabeza separada del tronco y sacó la cartera, de la que extrajo un billete de cinco rublos, que le tendió al dueño.