—¡No! ¡No tienes valor!
—¡Tú no me conoces! ¡Yo soy tremendol ¡Mira!
Las seis botellas, con un estrépito ensordecedor, cayeron al suelo.
El dueño de la cervecería se acercó y le suplicó al héroe que diera fin a sus hazañas.
—¡Se pagará todo, no se preocupel —No es por eso, señor; es por el ruido. Ese caballero...
Yo, al ver que el dueño de la cervecería me señalaba a mí, le interrumpí, encogiéndome de hombros: —No; a mí no me molesta el ruido.
El veterinario me saludó, reconocidísimo.
—Gracias, caballero; es usted muy amable. ¿Verdad que es muy barato? ¡Cinco copecks la botella!
Y, dirigiéndose al funcionario, repitió: —¡Cinco copecks la botellal —No es caro, no. Ya ves, por un rublo puedes romper veinte.
— En los restaurantes elegantes el romper botellas te cuesta un ojo de la cara... ¿Y los bocks? ¡Diez copecks!
El veterinario cogió un bock, lo sometió a un minucioso examen y lo estrelló contra el pavimento.
—Eso, en el restaurante Francés, le costaría a usted lo menos un rublo—dijo el dueño, impasible.
—¡Ya lo creol... Micha: rompe tu bock, no seas tonto. ¡Diez copecks no van a ninguna partel El funcionario rompió su bock.
—¡Bravol ¡Asi me gustal... ¡Mozo, otros seis bocks!
Un cuarto de hora después el héroe llamó de nuevo al mozo.