quien acaba de tomar una determinación grave—.
¡Mozol El mozo, caritedioso y somnoliento, se acercó.
—¿Qué desea el señor?
— Oye: si se rompe un bock, ¿cuánto hay que pagar?
—Diez copecks.
—Nada más?
—Nada más, señor.
¡Yo me figuraba que lo menos había que pagar cincuental... Siendo tan barato, puedo darme el gusto de romper media docena de bocks.
Había sobre la mesa cuatro a medio vaciar.
—¡Al diablo!—gritó en un arranque de bravura el veterinario —. ¡Vas a ver quién soy yo!
Y de un manotazo tiró los cuatro bocks al suelo.
—Cuarenta copecks—dijo el mozo, impávido.
—¡Muy bien; se pagarán! Yo no me apuro por tan poco, muchacho. Cuando tengo un capricho... Y si se rompe una botella, ¿qué hay que pagar?
—Cinco copecks.
—¿Nada más?
—Nada más.
—¡Qué agradable sorpresa! Yo, como las botellas son mucho más grandes que los bocks, suponía que valdrían el doble. ¡Cinco copecks! ¡Eso es una miseria!
—Sí, sí, una miseria...—murmuró, sarcástico, el funcionario.
—¡Una miserial ¿Qué son cinco copecks para mí?
—¡A que no rompes las seis botellas que hay sobre la mesa!
—¿Que no las rompo?