LARGUEZA
Una tarde de verano entré en una cervecería, donde hacía un fresco delicioso. Me senté en un rincón y pedí una botella de cerveza.
Sólo había en el establecimiento otra mesa ocupada. Ocupábanla un veterinario y un modesto funciorio público; profesiones que, gracias a sus respectivas escarapelas, no era difícil averiguar.
Hablaban animadamente.
—¡Nada, que no te atreves a romper otro bock! — dijo el funcionario.
—¿Que no me atrevo?
—¡No, lo repito; no te atreves!
—¡Parece mentira que digas eso, conociéndomelse lamentó el veterinario.
—Precisamente porque te conozco lo digo. No te atreves.
—¿No acabo de romper uno?
—Sí; pero ha sido sin querer. Así, cualquiera rompe bocks.
El veterinario vaciló un momento.
—¡Ahora verás!—profirió con acento solemne, como