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instante a la senda frontera y se entregaron de nuevo al concienzudo estudio de las botitas de la joven.

Tras una breve pausa, añadí:

—Casi todos los días se libran en Méjico sangrientas batallas. Yo creo que el pueblo no gana nada con eso. Es más, creo que pierde. ¿No es usted de mi opinión, señora?

Silencio.

—Esta mujer—me dije—es de piedra. No hay modo de hacerla salir de su mutismo.

Levanté los ojos al cielo y murmuré, soñadóramente:

—¿Dónde estará ahora mi abuelita? ¿Qué hará? ¿Se acordará de mí?

Silencio. Los labios de la joven parecían sellados.

Entonces inquirí:

—¿Le molesta a usted el humo?

La joven despegó, por fin, los adorables labios, de los que brotó, breve y seca, la sílaba:

—¡No!

—A mí tampoco me hubiera molestado el humo de un buen cigarro; pero se me ha olvidado comprarlo. ¡Qué memoria, Dios mío! Es para desesperarse... ¿Este árbol es un tilo?

—Sí.

Estaba visto: sólo contestaba a las preguntas no retóricas.

—Gracias. La botánica es mi pasión. También me gusta la zoología..., y la química.... y la obstetricia... La Ciencia es el sol que ilumina las tinieblas de la vida...