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ro. Cuatro billetes de veinticinco rublos y tres de cinco. Confiese usted que nunca se les hubiera ocurrido buscar el dinero ahí.

—Lo confieso.

—Al irse, tengan la bondad de apagar la luz.

—Descuide, usted.

—¿Han entrado ustedes por la escalera de servicio?

—Sí, señor.

—Muy bien. Pues al salir hagan el favor de cerrar con llave, para que no puedan entrar ladrones.

—Descuide usted.

—¡Ah, otra cosa! Si se encuentran con el portero, díganle que han ido a llevarme unas pruebas de imprenta. Como me las llevan con frecuencia, el portero no se escamará. ¡Adiós, y buena suerte!

—Gracias. ¿Dónde dejamos el llavín?

—Debajo del felpudo. ¿El despertador no se ha parado?

—No, señor.

—Muy bien. ¡Buenas noches, amigos míos!

***

Cuando volví a casa, encontré sobre la mesa del comedor un envoltorio, tres billetes de cinco rublos y una cartita concebida en los siguientes términos:


«El despertador está en la alcoba. Dígale a la criada que cuide mejor la ropa: el cuello del gabán está apo-