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llevemos algo, ¿que importancia tiene eso para usted? A nosotros, en cambio, no nos sacará de pobres, pero nos ayudará a vivir.

—Me hago cargo—repuse con una voz alterada por la emoción, que yo estaba seguro de que había de conmoverles profundamente—. Lo que no acierto a comprender es el provecho que les reportará a ustedes el estropearme los muebles.

—Ninguno; pero no podemos tolerar sus insultos.

—Bueno; no les insultaré más. Veo que son ustedes hombres inteligentes, razonables. Incluso reconozco que tienen derecho a cierta indemnización por el trabajo que, sin duda, les habrá costado entrar en mi casa. Habrán ustedes invertido algunos días en los preparativos; habrán tenido que estudiar mis costumbres, vigilar mis salidas, etc., etc.

—¡Ya lo creo! No es tan sencillo como se figura la gente...

—Lo comprendo, amigos míos, lo comprendo. Lo que no me explico es para qué necesitan ustedes las Ilaves del escritorio.

—Podía usted suponerlo.

—Pues nada, confieso...

—¡Para buscar el dinero, caramba!

—¡Ah, ustedes se figuran que está en uno de los cajones!

—¡Claro!

—Pues están ustedes en el mayor de los errores.

—¿Se burla usted?

—No; les hablo con el corazón en la mano.

—Entonces, ¿dónde está el dinero?