UN DRAMA SENSACIONAL
I
Samatoja era un hombre resuelto y que casi siempre obraba por inspiración.
Sin saber por qué, se le ocurrió, de pronto, la idea de saltar la tapia del jardín ante el cual le habían llevado de un modo fortuito sus pasos. Y la saltó.
Acaso pudiera robar algo; tal vez encontrase algún objeto de valor... Los señores suelen pasar gran parte del día en el jardín, y se dejan, a menudo, en los quioscos, ropas, bandejas, servicios de te... Samatoja tenía hambre, cuando tenía hambre se sentía enemigo encarnizado de la propiedad.
Cuando estuvo dentro del jardín miró en torno suyo.
No lejos de la tapia, entre unas altas matas de lilas, había un banco. Hacía calor, y Samatoja se sentó para descansar un poco al fresco. Con la manga de la vieja chaqueta se enjugó el sudor de la frente.
Diríase tal quietud, tal silencio reinaba en él—que el jardín se hallaba a gran distancia de todo lugar habitado. Senderos cubiertos de hierba le atravesaban en todas direcciones. Había uno más ancho y más cuidado, que, a juzgar por estos indicios, conducía a la casa.
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