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una reina ofendida. Encarándose con el maître d'hôtel, añadió:
—Que me traigan lo que a usted se le ocurra... Lo mismo me da una cosa que otra..
—¡No!—profirió, fuera de sí, el caballero, descargando un fuerte manotazo sobre la mesa—. Conozco ese último recurso. Te traerán algo que, desde luego, no te gustará, y me lo endosarás a mí, comiéndote tú, en cambio, lo que yo haya mandado que me traigan. ¡No, no! Le ruego a usted, señora, que concrete, que especifique.
—¡Adiós!—dijo fríamente Margarita Nicolayevna, levantándose—. No estoy dispuesta a cenar con un carbonero.
Y se dirigió a la puerta.
—¡Pero mujer...!
Ella no hizo caso.
El caballero entonces se levantó y corrió en pos de la bella.
—¡Idiotal—murmuré yo, indignado.