—¡Te ruego que no levantes la voz!
—No levanto la voz. Me limito a hacerte observar que es absurdo el decirme que te es igual para decir luego: «¡Vaya un vino!» ¿No te he preguntado qué marca prefieres?
—Pues... Chaperon Rouge.
—Muy bien. ¿Y qué quieres comer?
Margarita Nicolayevna miró y remiró, muy dengosa, la carta, y se la tendió al maître d'hôtel.
—Elija usted.
—No me atrevo. No tengo el honor de conocer el gusto de la señora.
—Elige tú, Kolia...
El caballero le dirigió a la dama una mirada nada tierna.
—Bueno—repuso—; elegiré.
Y, luego de consultar la carta, ordenó:
—Para la señora, pechugas a la bechamel.
—¡No, no!—protestó ella—. Todas las estrellas de variétés comen pechugas a la bechamel.
—¿No me has dicho que te es igual, que elija yo? ¡Sepamos de una vez lo que quieres!
En la voz del caballero se percibían, aunque él trataba de hablar serenamente, vibraciones de enojo.
—Un plato cualquiera de pescado. ¡Y no me hables en ese tono!
—¿En qué tono, mujer? ¿Qué pescado prefieres?
—¡Cualquiera! ¡No seas pesado!
—Bueno. Maître: para la señora, esturión a la rusa.