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La nueva carta a Broydes decía así: «Querido Danila: Me prestarás un gran servicio enviándome las señas de Arkady Averchenko. Se me han olvidado y me urge en extremo visitarle...

¿Cómo te va? Escríbeme largo y tendido. La criada esperará. Tu estilo admirable me encanta.» Nos miramos atónitos.

— Esto es muy extraño; esto es inquietante, amigo Danila. Me escribe hace dos días; le contesto; vuelve hoy a escribirme, y por el mismo correo» te escribe a ti preguntándote mis señas. O está gravemente trastornado, o nos encontramos ante un tenebroso y siniestro misterio.

Broydes repuso, levantándose: — Tienes razón. Vamos en seguida a su casa. Pide, por teléfono, un automóvil, pues vive a cien leguas de aquí.

IV

— ¡Avisaremos a la Policía!—grité yo cuando llevábamos ya un cuarto de hora llamando a la puerta, sin que nadie diera en el piso señales de vida.

Esta amenaza fué eficaz. La puerta se entreabrió, y Zveriuguin, con los cabellos en desorden, dejó ver a medias su rostro. Sus ojos se clavaron, medrosos, en nosotros; pero al punto su expresión desasosegada desapareció.

—¡Ah, sois vosotros, vosotros solos!