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—¡Lo que se lo agradezco, señorito! Me ahorra usted un viaje de hora y media.

III

No tardó en llegar Broydes.

—Toma una carta de Zveriuguin—le dije.

Se encogió de hombros y arqueó las cejas.

—Yo creo que se ha vuelto loco.

¿Por qué?

—De repente se ha transformado en un hombre meticuloso, delicado, atento. No hace más que escribirme cartas. Si yo fuera su criada, ya me habría declarado en huelga.

—¡Ah! ¿A ti también te escribe?

—¡Cómo! ¿Tú también recibes cartas suyas?

—En cuatro días me ha escrito dos.

Broydes volvió a encogerse de hombros.

—¡Chico, esto es alarmantel Anteayer me escribió preguntándome dónde está la Administración general de Contribuciones. ¡Ya ves! Podía haberlo buscado en una lista de teléfonos o habérselo preguntado a un guardia. Ayer me envió un rublo ochenta copecks, acompañados de una carta en que me recordaba que el verano pasado dimos una tarde un paseo en coche por el campo y pagué yo. Como el gasto ascendía a tres rublos sesenta copecks, me enviaba su parte. Yo empiezo a dudar seriamente del estado normal de sus facultades mentales.