Yo cogí la pluma y le contesté: «Querido Vasilisk: Hará unos tres años me preguntaste una noche, en el restaurante Aux gourmets, qué hora era. Desgraciadamente, mi reloj estaba a la sazón decompuesto, y no me fué posible responder a tu pregunta. Pero ahora mi reloj marcha perfectamente y puedo decirte que es una y cuarto de la tarde. En cuanto a los periódicos que me dejé olvidados en tu casa, he de confesarte que el verme privado de ellos me sume en la más negra desesperación; pero te los regalo, en prenda de amistad, lo mismo que el prospecto del almacén de muebles.
Recréate en su lectura: el estilo del mueblista anunciante no tiene nada que envidiarle al mío. Un cordial abrazo, ARKADY.
Al entregarle a la gentil sirvienta esta carta le pregunté: —Tampoco es hoy éste el único recado?
—¡Ojalá, señoritol Aun he de ir a casa de un señor que vive al final de la avenida Nevsky, a casa de otro que vive junto a la Facultad de Medicina, a casa de otro que vive en la calle de Peterhov...
—¿En la calle de Peterhov? ¿El señor Broydes quizá?
—¡El señor Broydes, sí, señor!
—Entonces no vaya usted; dentro de un rato vendrá a verme ese caballero. Si quiere usted, le entregaré yo la carta.