MAUPASSANT
I
Serían las doce de la mañana.
—Señor: la criada del señor Zveriuguin pregunta por usted—me dijo la criada.
Vasilisk Nicolayevich Zveriuguin y yo éramos muy amigos; pero en este estúpido Petersburgo no es nada raro el caso de que los mejores amigos se pasen sin verse años enteros.
Hacía mucho tiempo que yo no veía a Zveriuguin, y la visita de su criada me sorprendió.
Sali al recibidor, donde la sirvienta me esperaba, y le pregunté: —¿Qué hay, muchacha? ¿Cómo está el señorito?
—Bien, gracias—contestó.
Era una linda joven de magníficos ojos negros.
—Me alegro; la salud es lo principal.
—Sí, señor; la salud es lo principal.
—Sin salud la vida es un martirio—apotegmizó mi criada —¿Qué duda cabe?—repuso la de Zveriuguin—.
Entre un hombre sano y un hombre enfermo hay una diferencia grandísima.