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APUNTES

amenazaba ya terribles efectos. Causábalo cierto Mohammed-Ebn-Tumert, natural de Sus-alacsa y de origen obscuro, aunque él se decía de familia árabe y descendiente del Profeta, y aun su Mahdí ó Mesías prometido. Éste, habiendo abrazado con frenética fe las máximas de Abu-Hamid, filósofo de Bagdad, que predicaba el conocimiento de un solo Dios y condenaba las ordinarias costumbres de los mahometanos, pretendiendo hacerlas más puras y santas, como fuese al propio tiempo de ánimo ambicioso y esforzado, determinó fundar imperio donde asentar y establecer su doctrina. Animóle en esta empresa el saber que Hamid, su maestro, solía decir de él en sus ausencias: «Conozco en la fisonomía y continente de ese extranjero, que el cielo le destina á fundar un imperio; si ahora va á los confines de Mauritania, allí ha de lograrlo sin duda alguna». Con esto vino Mohammed á Fez y luego á Marruecos, y, predicando, y á la par censurando los vicios de los reyes y xeques de la tierra, logró allegar inmenso gentío que por todas partes le seguía y le veneraba por santo. Entonces él, en recompensa de su celo, los decoró con el nombre de almohades ó unitarios. Alarmado el príncipe de los almorávides, Alí, le mandó salir de Marruecos, donde á la sazón estaba; mas no logró nada con eso, porque el impostor se aposentó en un cementerio, á las puertas de la ciudad, acompañado de Abdelmumen, su discípulo, y allí acudía mayor número de gente que antes á escuchar sus preceptos y oraciones. Determinada su muerte tampoco pudo lograrse, porque él, sabedor de tal intento, huyó hacia las montañas del menor Atlante. Allí habitaban los mazamudas, cabilas ignorantes y belicosas, las cua-