llaje. En tiempo de éste continuaron las guerras civiles entre su tribu y la de los de Yeferun. Alfotuh y Aisa, ó más bien Ysa, sus hijos, se repartieron no sólo el gobierno de la provincia, sino aun la misma ciudad de Fez, mandando cada cual en uno de los dos barrios del Andaluz y Cairowan. Venció al fin Alfotuh, que fué vencido á su vez por un primo suyo apellidado Moanser, el cual imperó en Mauritania hasta que vinieron los Almoravides, fundadores de la segunda dinastía. Moanser, después de resistirles heroicamente la entrada, desapareció de entre los suyos, y más no pudo saberse de su fortuna. Pero entretanto el grande imperio de los califas de Córdoba, aquél que levantó los palacios y jardines de Zahara y fué patria de sabios tan profundos y tan inspirados poetas y guerreros tan valerosos; aquél cuya amistad solicitaban los emperadores de Constantinopla y de Alemania, y cuyo poder temían todas las naciones de la tierra, mostrábase ya por tierra, siendo, como tantos otros, ejemplo notable de la instabilidad y flaqueza de la suerte. Sin la gloriosa familia de los ben-umeyas se repartió en cien pedazos el imperio, y no hubo más, en adelante, que confusión y decadencia entre los muslines de España. Así fué que nadie recordó más las provincias de África, ni pensó en conservarlas ni defenderlas. Duró el señorío de los califas de Córdoba en Mauritania poco menos de un siglo.