todos estos hechos mostraron los moros un candor verdaderamente primitivo. Cuéntase que el vil Suleiman ganó la confianza de Idris, porque solamente en su conversación hallaba el príncipe las ideas cultas á que estaba acostumbrado; el ánimo simpatiza con semejante ignorancia, cuando produce escenas tan patriarcales como se representaron en la proclamación de Idris y de su hijo.
A los once años entró á reinar el nuevo príncipe. Fué virtuoso y valiente, y edificó para capital de su imperio la gran ciudad de Fez. A éste sucedió su hijo Mohammed, el cual, por consejo de aquella esclava Gunza, abuela suya, repartió entre sus hermanos los mejores gobiernos del imperio. Mal le pagaron esta generosidad dos de ellos, porque el uno, llamado Ysa, se rebeló contra él, apellidándose emperador, y el otro, por nombre Alcasim, aunque no claramente, vino á favorecer tal propósito. Tuvo Mohammed la fortuna de hallar un hermano más agradecido que los otros, el cual, por nombre Omar, venció á los rebeldes, quitándoles los gobiernos de que habían abusado. Alcasim acabó sus días como arrepentido, haciendo penitencia en una mezquita que edificó para el caso. Mohammed reinó con moderación y justicia, sucediéndole su hijo Alí, también magnánimo y generoso. Hermano de éste fué Yahya, que le heredó, por no tener hijos varones; príncipe no inferior en virtud á los anteriores, en cuyo tiempo la ciudad de Fez cobró grandes aumentos y hermosura, viniendo de todas partes muchas gentes á poblarla, y levantándose en ella la gran mezquita de Cairowan y otros edificios. A Yahya sucedió un hijo suyo del mismo nombre, pero harto desconforme en calidades. Movidos