dones en una ú otra, los prefiere en la segunda naturalmente. Al grito de no hay más Dios sino Dios, y Mohammed es su profeta[1], cayeron las fortalezas de la Siria y la Persia, tembló Constantinopla, el Egipto sucumbió, abrieron sus puertas las ricas ciudades del África cartaginesa. El imperio de los califas vicarios de Mahoma, era ya á principios del siglo viii el más extendido y más poderoso de la tierra. Y tales maravillas no las habían ejecutado ejércitos imperiales ni naciones numerosas, sino algunos aventureros obscuros guiando tribus hasta entonces, por lo insignificantes, olvidadas[2].
Aasan-ben-Annoman, enviado por el califa Abdelmeli á rematar la conquista de África con cuarenta mil soldados escogidos, había llevado á cabo con gran fortuna muchas empresas, y se juzgaba ya dueño de toda la tierra hasta el cabo Espartel y el mar Océano. Una mujer detuvo sus pasos delante de la frontera tingitana. Su nombre era Dhabha; pero los árabes, mirando sus hechos extraordinarios, comenzaron á llamarla Cabina, que es tanto como decir hechicera. Aquella mujer andaba en reputación de santa ó adivina entre algunas tribus africanas, y con tal pretexto pudo juntar ejércitos de moros y bereberes, con los cuales derrotó al emir Hasan, obligándole á retirarse hacia las fronteras
- ↑ La traducción literal de esta frase es: «no hay más Dios que Alah (es decir, el Dios por excelencia, el Dios que adoran los árabes) y Mahoma es su mensajero».
- ↑ Estos hechos están extractados de las historias generales de los árabes. En la escritura de los nombres durante todo el período que sigue copio las indicaciones del aplicado orientalista D. Francisco Javier Simonet.