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HISTORIA DE MARRUECOS

francesas de Algeciras y una señal de las Tullerías para marchar de nuevo á San Vicente, á Trafalgar, á las mares gloriosas que fueron sepulcro de nuestra armada. Mientras Inglaterra temía un nuevo bloqueo de Gibraltar con la sumisión del sultán á la España, la España olvidaba la tradición nefanda del pacto de familia y del tratado de San Ildefonso, y se colocaba en la corriente de aquellos acontecimientos funestos. Y es que en tanto que flote el pabellón inglés sobre la punta de Europa, habrá que esperar siempre que se renueven aquellos desaciertos fatales de nuestra historia. Por más que la Inglaterra y la España sean aliadas naturales en la política general del mundo, son y deben ser mortales irreconciliables, legítimas enemigas ahora y siempre, mientras posea á Gibraltar la primera, mientras tengan ambas contrarios intereses en el Estrecho. Ahora, sin embargo, la moderación de la Inglaterra y la del gobierno español, nos han salvado tal vez de un gran riesgo: Dios quiera que la política de las fronteras naturales no haga más patentes aún las ventajas de esta moderación mutua. Porque nosotros, ¿á qué negarlo?, queremos, respetamos, admiramos á la Francia, pero ni ahora ni nunca perdonaríamos á un gobierno español, que en sus miras políticas y en su conducta, por un momento siquiera olvidase que tenemos vecina á la abierta cumbre de los Pirineos, la más fuerte, la más belicosa, la mejor dirigida por lo común de las naciones continentales. Es reflexión, que sin pensarlo se dibuja en la fantasía, al poner fin á esta relación sucinta de las cosas que en los antiguos y modernos tiempos han ocurrido en la vecina costa del Mogreb-alacsa, Mauritania, ó España tingitana y transfretana, porque la política