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APUNTES

Ahmed-el-Chablí, otro funcionario importante. Pero no se llevó á cabo la redacción del tratado, sin que tuviese lugar una nueva conferencia de muchas horas entre el califa Muley-el-Abbas y el general duque de Tetuán, en la cual el xerife reconoció lealmente todas las obligaciones que los preliminares le imponían, quejándose de su mala fortuna ó más bien de la desorganización de sus fuerzas, que á pesar del valor de los individuos le obligaba á asentir á tan onerosas condiciones de arreglo. Y lo mismo en esta última conferencia que en las otras, ha llamado la atención de los españoles la urbanidad y dulzura del vencido xerife, y la gravedad y sinceridad de sus capitanes, así como los moros han admirado y aplaudido la cordialidad y gentileza con que han sido recibidos siempre por los caudillos y soldados españoles. La imaginación se complace en estas escenas como en aquellas que recuerda el Romancero, de Sevilla ó Granada, donde competían cristianos y moros en generosidad y bizarría. Hoy, como entonces, los enemigos irreconciliables del día de batalla se han juntado como hermanos á celebrar la paz. Hoy, como entonces, vuelven respetando los vencedores á los vencidos, y los vencidos se van estimando á sus vencedores. Está, pues, reanudada nuestra historia: la historia interrumpida en la desembocadura del Guadalhorce y del Guadalfeo por cerca de cuatro siglos.

Durante esta guerra sangrienta sólo un desastre ha experimentado nuestra bandera: en una salida ligeramente dispuesta por el gobernador de Melilla, Buceta, que enfermo á la sazón no pudo conservar el mando de la guarnición, fué ésta derrotada y obligada á refugiarse en la plaza. Todos los otros días de lucha se han seña-