pación de 1837; y nada bastó, sin embargo, para calmar la justa cólera que excitaba el recuerdo de los insultos hasta aquel momento sufridos. Pidió el gobierno español al sultán por límite de Ceuta las alturas de Sierra Bullones, á manera de indemnización de los sacrificios que sus pasadas hostilidades nos habían impuesto; y como se negasen sus ministros á acceder á la demanda, sin autorización expresa de su soberano, el día 22 de Octubre de 1859 declaró el presidente del Consejo en las Cortes, en medio de un frenético entusiasmo, que la España iba á apelar á las armas. Algunos días después el mismo presidente del Consejo de ministros, nombrado general en jefe del ejército, salió para Cádiz á tomar el mando y disponer la jornada.
Pocos días hace aún que ha terminado esta guerra con gloria para la nación española, para su ejército y su gobierno; con gloria para la reina Isabel, en quien se personifican naturalmente todos los grandes intereses patrios. Desde que en 19 de Noviembre del año anterior ocupó el general Echagüe el Serrallo y sus inmediaciones, hasta que al amanecer del 25 de Marzo se suspendieron las operaciones militares, la Europa ha presenciado con admiración y aplauso el espectáculo de nuestro patriotismo, de nuestro valor y de nuestra fortuna. A un tiempo mismo la España se ha sentido digna de sí propia, y los nuevos destinos de la monarquía se han dibujado con sonrosadas tintas en el horizonte de la historia. Exponer todas las hazañas, citar todos los nombres que han honrado juntos el valor y la victoria, referir minuciosamente los sucesos políticos, diplomáticos y militares, es tarea que se ajustaría mal al objeto de estas páginas, y que no entra poco ó mu-